EL TEATRO ESPIRITUAL
La
espiritualidad es tan bella que muchas veces se la desea, como se hace con las
virtudes, por el adorno que proporciona. Pero si a la espiritualidad le falta
la expresión exterior de la virtud, que todos pueden ver y que tantos admiran,
muchos se turban y desesperan, y está claro que con ello pierden la esencia de
la misma espiritualidad. En realidad, es doloroso tener que decirlo, pero es
así, los seres humanos no tenemos que sorprendernos de vernos desde el momento
en que nacemos, sometidos al ego y llenos de deseos.
Normalmente
en nuestra vida cotidiana no nos damos cuenta que la humanidad está enferma,
pero por poco que reflexionemos veremos que cabe la posibilidad de vivir de una
manera mucho más espiritual. Por desgracia, aunque nada es tan grande y tan
noble como la espiritualidad, nada es tan ridículo y tan bajo, como la idea
ignorante que se forman de ella muchos individuos, que desean que se les tome
por espirituales. La persona espiritual es lazo de unión y de paz en las
familias, es amistad eterna y lleva en su interior la luz que ilumina el camino
de la vida. La persona que es espiritual ama a Dios y es por completo enemiga
de la superficialidad y de la frivolidad.
Hay
cosas que parecen y otras que son. Distinguir perfectamente la apariencia de la
esencia, la imagen de la moral, no es tarea fácil, pero sí provechosa. ¿Es
posible diferenciar la crítica honesta de la vituperación maliciosa, la
indignación de la ira, el desdén de la envidia? A estas actitudes las distingue
únicamente la textura del alma, porque la acción es siempre mecánica y responde
a una fuerza soberana que la anima. Así lo que en un ser humano íntegro es sana
indignación, en el mezquino puede ser cólera impotente. Todo se reduce a un
juego de intenciones.
Hay
quien ofrece un serio espectáculo pretendiendo ser lo que no es. Condenándose a
la hipocresía y a la mentira, se enajena de sí mismo para entrar en un Universo
ficticio, desconectado de su propia realidad y carente de toda consistencia. En
el camino de la espiritualidad no es lícita la teatralidad ni la
representación. Hay quienes se disfrazan y toman la máscara y las apariencias
de la espiritualidad y del conocimiento, consiguiendo con este engaño pasar a
los ojos del mundo por personas compasivas y santas. Pertenecen a algún grupo
de trabajo espiritual, leen libros y citan sus autores, se inclinan a
filosofías orientales, alababan creencias religiosas, se juntan con personas
místicas y aseguran con certeza que son almas despiertas y atentas. De esta
forma descuidan sus deberes fundamentales y levantan un edificio sin cimientos.
Pero
no siempre hay hipocresía y malicia en estos amaños, pues frecuentemente nacen
debido a la falta de inteligencia, a los desequilibrios emocionales y a un
exceso de imaginación, todo ello mezclado con un deseo inmoderado de imitar a
grandes “santos” o figuras espirituales. No ven estas personas que no es
únicamente el hecho lo que verdaderamente importa, sino también el espíritu con
que se realiza. No se dan cuenta que una de las virtudes más dignas es la
humildad. Es lamentable que algunos pretendan trazarse un método de vida como
si vivieran en determinadas comunidades “religiosas” e imiten en todo a
personas muy particulares y con formas de vida muy concretas.
La
hipocresía religiosa es una falta muy grave. Este teatro espiritual, aún en
aquellos casos en que se manifiesta inconscientemente y más bien con
apariencias de mal hábito contraído que con deliberado ánimo de engañar, es
algo inapropiado. La hipocresía espiritual es todo lo contrario de la
sencillez. La afectación, la beatería ñoña, la tendencia a escandalizarse por
cualquier nadería, el disimulo, y todo lo que suponga un formulismo hueco en la
práctica de la espiritualidad, es inapropiado. Frente a esta duplicidad toda la
severidad e inflexibilidad es poca.
Nuestros pensamientos, sentimientos y actos
deben ser siempre dignos de un espíritu noble y elevado. Ser una persona
espiritual no consiste, ni mucho menos, en torcer el cuello, inclinar la cabeza
y caminar afectadamente, sino que se fundamente en ser siempre conscientes y
obrar de manera adecuada. Pocas cosas hay que hagan degenerar tanto la nobleza
espiritual ni nada que haga tanto daño al camino de la Luz como el taimado
disimulo.
Las
personas que se comportan con hipocresía se pierden en pensamientos maliciosos;
para ellos la prudencia consiste en ocultar el propio corazón detrás de las
maquinaciones y el pensamiento bajo el velo de las palabras engañosas. Esta es
la prudencia que se enseña a los hombres y a las mujeres desde su juventud; se
llama cortesía y educación a la perversidad del corazón, y se desprecia a
aquellos que la ignoran. La persona espiritual es consciente, atenta y obra
siempre de forma adecuada y justa. Pero el mundo deshonra esta sencillez del
alma justa, y sus sabios llaman necedad a esta exquisita delicadeza de la
virtud.
La
hipocresía no puede aliarse con la espiritualidad. Muchos de los que se
consideran espirituales poseen una prudencia extremadamente atenta y cuidadosa
para las controversias, los honores, los rangos y para atesorar en
definitiva, actúan movidos por deberes imaginarios, por un celo sofisticado y
una cierta “espiritualidad” artificiosa. Bien lejos de ser sencillos, la mayor
parte de las personas que se dicen espirituales no son sinceras, sino falsas y
disimuladas con su prójimo, con ellas mismas y con Dios. El disimulo y la
afectación, son vistos como una equivocación por todos los corazones nobles,
porque tanto en el interior como en el exterior debe resplandecer en las
personas la sinceridad.
La espiritualidad debe ser inocente y pura, porque el
camino espiritual es recto, de ninguna manera es indefinido o torcido. Por esta
falta de franqueza y de naturalidad, por este amaneramiento, muchos que se
dicen espirituales inspiran desconfianza, aunque no estén desprovistos de
cierta virtud. La inocencia, la franqueza, la rectitud y la lealtad
inteligente, en nada se oponen a la prudencia, sin la cual la virtud misma se
convierte en vicio y se hace ridícula.
La
espiritualidad no debe estar construida con actos heroicos ni con trabajos de
gran envergadura. No se tiene que confundir la más elevada espiritualidad ni
con prácticas exteriores ni con ejercicios interiores. La espiritualidad se
fundamenta en ser conscientes y en obrar de forma adecuada. Ella hace a todas
las personas humildes y pequeñas en los brazos de Dios a la vez que grandes y
magnánimas para realizar lo que se debe hacer. Sólo la espiritualidad otorga
sencillez y humildad, aunque hayan individuos que se digan a sí mismos
espirituales y estén llenos de afectación y de deseos de exhibición.
Saber
tratar los caprichos, las acciones y las maneras descorteses del prójimo, la
renuncia a nuestras oscuras inclinaciones, la tarea que realizamos para vencer nuestras
aversiones, el conocimiento de nuestras imperfecciones, el trabajo constante
para mantener nuestra alma en un estado constante de limpieza y el amor hacia
nuestra propia equivocación son grandes y bellas virtudes si contemplamos la
vida con consciencia y con amor, aunque el hinchado orgullo de la humanidad no
lo crea así.
Devoción
sí, pero fariseísmo no. La espiritualidad es un asunto de dentro y de fuera y
no se debe olvidar la importancia que tienen los dos aspectos. Hacer de
nuestros actos el objetivo de la vida o hacerlo de nuestra vida interior señala
inmadurez espiritual y es un indicio de un excesivo amor propio. Muchos parecen
espirituales por la forma exterior que presentan, parecen rebosar humildad y
sabiduría, pero en realidad no viven espiritualmente. Cuando el camino
espiritual se desequilibra porque se da más importancia a un aspecto que a otro,
se convierte en una práctica equivocada y puramente humana que es preciso
tratar de forma inteligente y firme.
Estas
personas aparentemente espirituales ofenden más a Dios con el corazón, con su
disposición interior, que con sus obras. Después de haber abandonado ciertas
costumbres groseras adquieren otras maliciosamente refinadas con lo que sus
diferentes egos se fortalecen en su interior. Empapados de conocimiento erudito
aparecen por fuera como modelos de perfección espiritual. Pero suelen ser muy
impresionables y muy celosos de su reputación espiritual, de modo que sus
impurezas son más intensas que en otras personas que parecen menos espirituales.
No es raro que la vanidad y el orgullo espiritual se escondan en el interior de
quienes menos sospechamos y en la ceniza que queda de los antiguos egos.
La
grandeza se encuentra en ser conscientes y obrar adecuadamente en la humildad
de la vida cotidiana. Pero las acciones que se realizan en ella deben tener
como fin obrar en justicia, cumplir lo que se debe hacer, sin tener ningún otro
motivo egoísta que acompañe a la acción. Si no se obra de una manera limpia la
vida se reduce a un absurdo, la podríamos comparar entonces a árboles en flor
que no llegan a dar fruto.
En
su ignorancia, quienes son ambiciosos sufren en su ansia de perfección
absoluta. Pero la perfección no es más que un sueño dorado que no es de esta
vida. Debemos usar el discernimiento y comprender la sana filosofía que nos
dice que en toda creencia hay siempre de más y de menos, y que no todas las
prácticas espirituales convienen a todos. Entre los individuos simples que
tienen anhelos de perfeccionamiento existe una glotonería espiritual que
multiplica hasta el exceso las prácticas. Esta avidez les impide tener en
cuenta que siempre existe una diferencia entre las personas evolucionadas y las
que no lo están, y esto hace que no las seleccionen ecuánimemente.
Cuanto
más se avanza por el camino espiritual menos fórmulas se necesitan, por eso las
almas evolucionadas no se apoyan en reglas, normas ni doctrinas, sino que son
por completo libres. Y esto parece ser difícil de comprender, sobre todo a
quienes a duras penas pueden alcanzar un ápice de luz. La más elevada práctica
espiritual consiste en ser conscientes y en obrar de forma justa y adecuada en
todo. Pero el ser humano normalmente necesita de otras prácticas menos
perfectas con el fin de prepararse.
Aquí es muy necesaria la virtud de la
templanza y de la moderación si se quieren evitar los desvaríos, pues puede
haber mucha vanidad y vana complacencia en el culto que se tributa a los
ejercicios prácticos, a las imágenes y a los objetos. La persona que es
verdaderamente espiritual no coloca su devoción, su fe ni su fervor en las
cosas visibles ni en las prácticas y no necesita ningún objeto o imagen. Pero
hay quienes parecen niños que tienen necesidad de juguetes.
Es
un espectáculo bellísimo ver a una persona espiritualmente desarrollada. La
conversación y el trato con ella no cansa nunca, al contrario, produce gozo y
alegría. Dueña de su espíritu y de su voluntad, se mueve en una atmósfera de
serenidad contra la que nada puede hacer las necesidades físicas. Su
consciencia se baña por completo en un océano de luz divina, su voluntad está
definitivamente orientada hacia la bondad absoluta, su corazón se mueve por un
solo amor y todo su ser se goza en Dios, en una paz tan completa que ya no
puede vivirse nada mejor. Cuando se ha gustado una vez este bienestar interior
todo otro placer se ensombrece, se vuelve pequeño y de ningún valor.
Pero
por sublime que sea la imagen que presenta una persona espiritual esparciendo a
su alrededor la felicidad interior que le inunda, es más hermoso verla luchando
a brazo partido contra la adversidad que le asedia por todas partes. La vida de
estas personas también está llena de trabajos, de dificultades y de
tentaciones. Son muchas veces rechazadas, condenadas, juzgadas, puestas a un
lado, miradas con extrañeza y temor porque no son comprendidas por la mayoría. Las
contradicciones, las tristezas y las responsabilidades, también decoran la vida
de estas sublimes personas, solo el consuelo de la sabiduría les da aliento y
dulzura, llevando la luz en el caminar de la vida…
Veo con claridad en el texto muchas de las fallas que me aqueja, hay mucho de vanidad en mi, creo que debo trabajar mi interior, mi mente se dispara en multitud de temas que me parecen relevantes, cosas por ejemplo que hace 30 años había enunciado y peleado por ellas, hoy las veo descritas en los libros, y eso me hace regocijarme, el haber tenido razón me da cierto aire de engreimiento, esta cuestión me preocupa por que es fácil caer en la auto complacencia. Es una discusión interna que me obliga a revisar mi proceder. Agradezco el texto que deberé leer unas veces mas. gracias por su preocupación.
ResponderEliminarDesde el lugar más cálido de mi corazón: "GRACIAS" :)
ResponderEliminarQue bello texto, como para leerlo muchas veces, e ir reparando todas las fallas que veo en mi, muchas veces creo tener la verdad o lo más cercano a la verdad, pero cuando encuentro un texto así me doy cuenta lo lejos que estoy en mi camino de regreso, lo mucho que aun me falta por conocerme, entenderme y amarme.
ResponderEliminarGracias por cada regalo como estos que nos dan, cuando dejo de leerlos, siento que me falta algo, siento que me estoy perdiendo de algo, siento que no avanzo, siento que estoy viviendo como un robot, mil gracias.
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