lunes, 10 de diciembre de 2012

SOMOS ESCLAVOS DE NOSOTROS MISMOS


 
 
SOMOS ESCLAVOS DE NOSOTROS MISMOS
 
En nuestro día a día, experimentamos el hecho de depender de alguien, sobre todo si al trabajar nos ponemos a disposición de otro, aquel que ejerce autoridad sobre nosotros siempre se sentirá señor de nosotros, puesto que experimenta de alguna manera el poder de tenernos a su servicio. Existe sin embargo la posibilidad de que no tengamos a nadie que nos mande, por el simple hecho de que al tener nuestro negocio propio no hay nadie que tenga autoridad sobre nosotros. Frente a esta situación podemos caer en la tentación de pensar que no somos esclavos de nadie.
 
Imagina un día cualquiera, te levantas y tu mente empieza a divagar por asuntos de trabajo que dejaste pendientes el día anterior. Mientras te duchas y te vistes sigues repasando mentalmente qué debes hacer hoy cuando llegues a la oficina, pones el café en el microondas y tu mente se pregunta qué habrá que comprar para la cena. Ha pasado media hora desde que te levantaste y en ningún momento te has encontrado presente, disfrutando y consciente del momento. No has disfrutado la ducha, ni del café, ni de la agradable sensación de ponerte ropa limpia. No has besado a tu pareja, ni has acariciado a tu gata que te sigue desde que te levantaste.
 
Esta es una situación muy común. Me atrevería a decir que el 99,9% de la población somos esclavos de nuestros pensamientos, nuestra mente divaga sin control de una cosa a otra sin enfocarse en lo importante, EL AHORA. Si esto fuese una excepción durante el día, no pasaría nada, el problema es que nos ocurre mientras nos hablan, mientras comemos, mientras jugamos con nuestros hijos, etc. Nuestra mente cambia de canal como aquel que cambia de canal de TV cada 2 minutos. No disfruta de nada, no ve la peli, tampoco el documental ni las noticias. Es un compulsivo que por supuesto, sufre de ansiedad, preocupación y tristeza.
 
Al no poder acallar nuestra mente y centrarnos en lo que está ocurriendo, nos perdemos la vida y terminamos con ansiedad porque nos estamos preocupando por cosas que en ese momento no podemos resolver. Por ejemplo, el clásico adicto al trabajo que llega a las 10 de la noche de la oficina. Su pareja le sonríe, lo besa y le dice que la mesa está puesta. Le ha preparado unos macarrones gratinados deliciosos. Mientras le cuenta cómo le ha ido el día, el Sr. adicto al trabajo no puede dejar de pensar en la reunión de hoy (la he arruinado, como pude dejarme el PowerPoint en casa) y la de mañana (tengo que llegar media hora antes para preparar la documentación, es muy importante). Este el pan de cada día de una sociedad enferma en la que la ansiedad, las prisas y la preocupación campan a sus anchas mientras que la concentración, la consciencia y el AHORA están en peligro de extinción.
 
Cambiarlo no es fácil, estoy de acuerdo. Yo mismo debo recordármelo a diario para no olvidarlo, pero se puede. ¿Cómo te sentiste la última vez que quedaste atrapado por una buena película? No solo  porque te gustó realizar esas actividades, la razón principal es que durante una o dos horas estabas centrado, tu mente no divagaba, no había preocupaciones, solo importaba ese momento, ese remate, esa frase sarcástica del autor que te hizo reír a carcajadas.
 
Puedes vivir la mayor parte de tu vida en ese estado. No hace falta esperar hacer un descenso a tope esquiando ni a ver a esa persona que tanto deseas, lo puedes hacer cuando te cepillas los dientes, cuando juegas con tus hijos o cuando charlas con tu pareja. Lo puedes hacer cuando trabajas, incluso en cosas que no te gustan mucho y también lo puedes hacer en medio del tráfico. No es fácil, pero se puede. Tu mente que es cabezota cambiará de canal miles de veces, pero te corresponde a ti dirigirla y volver al presente cuantas veces sea necesario. Solo así puedes alcanzar la armonía y paz.
 
 

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